Al caer está ya el cierre del 2009. Muchos lo querrán olvidar, porque los recuerdos que de él tienen no les satisfacen. Otros preferirán que siga vivo, porque cualquiera tiempo pasado fue mejor. Ni de un lado ni de otro me inclino. Tal vez porque el ayer ya no es y el mañana desconozco si será. Me muevo más por el ahora, que es lo que sí puedo palpar. Y en este momento preciso en el que escribo, hay miles de vidas humanas que están naciendo la luz. También otras que concluyen su periplo vital naturalmente. Y otras que son segadas de raíz, incluso antes de llegar al mundo o una vez en él. La violencia del ser humano parece que no tiene final. ¡Qué desgracia!
Dicen los números de las estadísticas que cada hora hay cuarenta y tres mil bautizados católicos más. ¿No intentan algunos ahogar este crecimiento de una institución con 20 siglos de historia y con 1.147 millones de miembros? Pues ya lo estamos viendo. Parece que no lo van a conseguir, aunque en algunos lugares resulte muy duro ser católico. Las persecuciones no han servido, a lo largo de la historia, más que para fortalecer la fe.
Mañana es la noche de san Silvestre. Dice el saber popular que la más larga del año. Habrá gente que se lance al desenfreno para festejar un final y el siguiente comienzo en la medición del tiempo. También habrá otra gente que vivan el tránsito de un año a otro en sosiego espiritual unos, en encuentro familiar otros, en servicio a los que lo necesitan algunos, en un bien estar y sentir todos ellos. Seguro que éstos no serán los que ocupen espacios en los medios de comunicación. Pero eso no les importa. Lo que realmente cuenta es que saben vivir no según la moda de la sociedad de consumo, que es el dios ahora reinante, sino conforme a lo que sus conciencias les dictan. Estoy seguro de que serán ellos los que guarden el mejor de los recuerdos de la noche de san Silvestre de 2009 al 2010 y los que se sentirán más alegres y felices después. Porque la borrachera que empapa el corazón es la de vivir cada instante de acuerdo con los más hermosos principios: el ser consecuentes con aquello en lo que se cree.
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