Un ecologista de militancia activa me preguntó si me parecía bien la nueva ley del aborto que se acaba de aprobar en el Congreso de los Diputados y que pasa ahora a trámite en el Senado. Le respondí preguntándole que si él apoyaría una norma legal que permitiera destruir huevos de cigüeña negra. Me espetó que eso era un disparate, que hay que cuidar la naturaleza y sancionar a quienes atenten contra ella. Un huevo de cigüeña negra –sentenció un tanto molesto por mi pregunta- está y debe estar protegido. Que no se le ocurra a nadie tocar no ya un huevo, sino un nido de cigüeña. Será castigado severamente.
De pequeño, en la escuela de mi pueblo, donde aprendí bastantes cosas que siguen estando vigentes, me enseñaron a amar la naturaleza pero anteponiendo al hombre a todos los demás seres que habitan la Tierra. Parece que aquellas enseñanzas no tienen hoy día valor pues el hombre está siendo convertido en el esclavo del medio ambiente. Erróneo concepto, a mi entender, el que ahora tratan algunos de imponernos.
El ser humano aún no nacido tiene ahora nulo valor en sus primeros tres meses de vida. Se le puede quitar la existencia por decisión unilateral de quien lo lleva dentro. Las leyes que aprueban los que se dicen progresistas desprecian al hombre cuando comienza su ciclo existencial. ¡Qué paradojas! Un huevo de cigüeña negra está protegido por la ley y el comienzo de una vida humana carece de la más mínima protección legal.
La ley del aborto será todo lo legal que se quiera, pero a mi entender es una tremenda injusticia que se comete con el más débil, el ser humano no nacido. El hombre protege con leyes todo lo que le rodea pero condena a la total indefensión a los de su propia especie humana cuando comienzan a tener vida. Un huevo de cigüeña vale más, para algunos, que la persona que ya tiene vida pero aún no ha nacido. ¿No estaremos destruyéndonos a nosotros mismos?
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