Son estos días del tiempo navideño aptos para el sosiego. Aunque siguen los medios de comunicación bombardeándonos con las historias del tremendismo más inhumano, reconforta escuchar mensajes diferentes. Los hay, aunque a veces no alcancemos a captarlos. Y reconfortan, que conste.
Después de gastar unas cuantas horas revolviendo libros de mi estudio (¡qué desordenadas tengo las estanterías en las que ya no caben más ejemplares!), buscando un folleto sobre la ordenación episcopal del hoy cardenal Cañizares, para un trabajo de investigación en el que ando ocupado, me encuentro una separata de la revista Cistercium que hace 20 años me envió un fraile de Osera, fray María Damián Yáñez. Lleva por título “El hermano Rafael en sus relaciones con los Duques de Maqueda”. El artículo, de 35 cortas páginas, que en su día, cuando lo recibí, no leí, me ha producido ahora momentos de placer y sentimientos de paz. Me ha cautivado, como le impresionaba a mi hijo la sangre del Cristo colocado junto al sepulcro del hermano Rafael en la iglesia abacial de Dueñas.
El hermano Rafael es hoy san Rafael Arnáiz, monje de la Trapa de Dueñas, muerto a los 28 años de edad, en 1938, y canonizado hace dos meses. Los Duques de Maqueda, sus tíos carnales, dueños de la dehesa de Pedrosillo, finca situada cerca de la ciudad de Ávila, entre la carretera de Valladolid y el embalse de Las Cogotas. El autor del artículo, fray Damián Yáñez, compañero de noviciado del hermano Rafael, en la Trapa palentina de Dueñas. María del Socorro Osorio de Moscoso, la tía, ingresó en el monasterio de la Encarnación en 1954, al quedar viuda, y en él murió santamente en 1980.
El artículo descubre cómo en Ávila, en la finca de Pedrosillo, fue donde nació la vocación trapense del hoy santo del Císter y cómo contribuyeron a ello sus tíos. Es una delicia pasear los ojos por las cartas del hermano Rafael y leer las declaraciones de su prima hermana, María Socorro (como su madre): “Todos estábamos esperando que llegase el momento de las vacaciones para estar con Rafael, ese sentir era unánime en todos; si tenía 24 horas libres en Madrid, se venía a Ávila con nosotros. Abrir la puerta y ver a Rafael era fiesta mayor en casa. Para mí, la característica de Rafael era su alegría, era la alegría en persona; si estaba con nosotros los pequeños, siempre nos hacía reír, pues era la persona más alegre de este mundo; bailando era estupendo; yo no he visto nunca bailar a nadie como a Rafael”. ¿Quién dijo que los santos son personas tristes? La tristeza y la santidad se repelen.
Hermoso resulta leer las cartas de este joven y moderno santo. Pienso que debería ser más conocido aquí, pues en esta nuestra ciudad descubrió su vocación trapense y aquí vivió muchas etapas de su corta existencia terrenal. ¿Una parroquia nueva en su honor? Méritos hay para ello. Pero con templo o sin él, el hermano Rafael es como una luz que ayuda a ver mejor en la oscuridad que nos rodea.
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