viernes, 1 de enero de 2010

¡QUÉ TRANQUILA ESTÁ LA CIUDAD!


Es una delicia, a media mañana de este primero de año, pasear por las calles de la ciudad murada. Solamente se escuchan las pisadas del viandante y el repique de algunas campanas convocando a las celebraciones religiosas festivas. Es uno de enero y luce un espléndido sol, aunque alguna nube amenaza con encubrirlo. Dicen que nevará. Ayer cayeron unos copos de nieve que sirvieron para cubrir de blanco algunas zonas que ahora resultan más atractivas con la luz solar y la suave capa del blanco manto. Es 1 de enero de 2010. Son las 10 de la mañana. La gente, en su inmensa mayoría, descansa ahora del desasosiego de anoche. Aquí y hasta en el último rincón. Hemos convertido el paso de un año a otro en una de las celebraciones paganas más exaltadas. Es como un rito cuasi sagrado que se le rinde al dios de la cronometría, que tanto está metido en nuestra sociedad. Es la celebración de un culto repleto de trivialidades que, lo mejor, a mi entender, es tomarlas con sentido del humor, sin otro segundo sentido. Comer 12 uvas al son de las 12 campanas del reloj que marcan las 12 de la noche, el tránsito de un año a otro. Ponerse gorritos de colores. Armar jaleo. Bailar sin ritmo ni compás. Llenar de mensajes los teléfonos móviles felicitando a gentes a las que a lo mejor en todo el año se les ha recordado… Basta ver cómo se congregan en torno a los relojes de pueblos y ciudades miles de devotos que esperan escuchar con anhelante veneración sus voces campaniles.

Pues ya pasó la para algunos noche mágica y para otros festiva y estrepitosa. Por eso, ahora la ciudad respira una calma que solamente en esta mañana del primer día del año se palpa con los ojos y oídos. Disfrutarla es un placer, pues casi ni ruidos de coches se escuchan.

Once y la perra labrador, que es parte de la familia, vivimos en casa el adiós a 2009 y el saludo a 2010. A nuestro modo, también armamos ruido. Hasta Los Segadores (Els Segadors)cantamos. Y el himno de Asturias, y el de Valencia... Y muchas otras canciones. También se repartieron las uvas que un servidor nunca ha sido capaz de comer al acompasado ritmo del bronce del reloj de la madrileña Puerta del Sol. A la perra Lati, que no es amiga de la fruta, pues 12 trocitos de salchicha, que ella también es animal de Dios y disfruta con tanto alboroto saludando a unos y a otros. Eso sí, los cohetes y petardos la ponen histérica. De todas las décadas, de 20 a 80 años, éramos los que nos reunimos para la ceremonia de la salutación al año nuevo. Nos deseamos felicidad unos a otros y que este año nuevo no sea peor que el ya acabado 2009.

El tiempo ha impuesto su ley. El que ya pasó, para recuerdo sirve. Y para aprendizaje, que no deben obviarse sus enseñanzas. El presente, a vivirlo, que es un día tras otro día. En paz con uno mismo y con los que nos rodean, generosos con los otros, felices en todo lo que hagamos. Hasta que Dios quiera que lo disfrutemos.

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