viernes, 8 de enero de 2010

LA VERDAD, DESDE EL RESPETO


Nada me gusta el rencor que se palpa en comentarios de medios de comunicación e, incluso, en tertulias privadas. No se razona sino que se insulta. El que no está de acuerdo con lo que el opinante dice es un fascista, un rojo asesino, un descerebrado, un ladrón… y mil epítetos más, según la ideología que rezume el sentenciador que, por el contrario, a los que son de su cuerda ideológica, alaba y defiende con verbo vehemente. Mal está la sociedad si se la resquebraja con enfrentamientos verbales que, de conducir a alguna parte, es a las peleas físicas a donde caminan.

No hay mesura en los comportamientos y hasta el sentido común parece que voló a otros lugares. Dicen algunos, y me aterra oírlo, que desde el poder gobernante se está partiendo a la sociedad en dos bandos: las dos Españas que tantos males y ningún bien han traído en la pasada historia de este país. Pero es que no solamente en lo político se produce esta resquebrajadura del cuerpo social. También en otros espacios se dan parecidos síntomas que diagnostican una cierta enfermedad en el comportamiento de muchas personas. Por citar únicamente un caso, señalo el de un elevado número de curas párrocos de la diócesis de San Sebastián, que han arremetido públicamente, con una dureza impropia de dirigentes eclesiales, contra su nuevo obispo, porque no es el que ellos desean. Es uno más de los tristes episodios que surgen en nuestra convivencia en estos últimos tiempos. Al que no piensa como uno quiere, parece ser la máxima a cumplir, hay que eliminarlo.

Ningún grupo social, por pequeño que sea, es uniforme en la manera de ser de todos sus miembros. Siempre hay diversidad de pareceres, deseos e intereses. Ello puede ser enriquecedor si no lleva al enfrentamiento agresivo y sí al diálogo razonado, que no insultante, y a la convivencia cordial. Tal vez tengamos todos, al menos los que percibimos la fractura social, poner algo de nuestra parte para evitar que el mal termine en tragedia.
Se pueden y se deben exponer y defender las propias ideas, pero nunca imponerlas por la fuerza a los demás. Se puede y se deben criticar los razonamientos de los otros, pero no desde la descalificación, el insulto o la amenaza, sino desde el respeto y el raciocinio. Mi verdad no es más verdad porque la grite más alto, sino porque la sustento en razones sólidas que soy capaz de comunicar a otros.

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