viernes, 29 de enero de 2010

MÁS DIÁLOGO SIN CRISPACIÓN


Varios alcaldes de diferentes pueblos de España estaban decididos a que en sus municipios se ubicara un cementerio nuclear. Algunos hasta lo han aprobado en plenos municipales. Las ventajas económicas que se obtendrán son muy considerables y estos alcaldes prefieren que sus pueblos tengan vida a que mueran por inanición. Prefieren un hipotético peligro para sus municipios a una muerte segura de éstos. La presión de numerosos vecinos y de forasteros, en unos casos, y de las direcciones de los partidos políticos en otros, están provocando que en algunos lugares, como ha sucedido en varios pueblos de Segovia, los alcaldes den marcha atrás.
Que yo sepa, en Ávila nadie ha decidido optar al almacén de combustible nuclear gastado y residuos radioactivos que gestiona la empresa pública Enresa. Supongo que pocos alcaldes querrán verses sometidos a una presión que en todos los casos resulta difícil de soportar. Aunque estoy seguro de que muchos ediles en su fuero interno ofrecerían sus municipios para unas instalaciones que, sin duda alguna, dejarían mucha riqueza.

Recuerdo ahora la situación vivida en la villa de Cebreros cuando en 1993 el entonces alcalde, Pedro José Muñoz, quiso que se instalar allí una cárcel. Fue tal la lucha que se vivió en aquella localidad que, aunque han pasado 17 años, se sigue recordando como el episodio más triste vivido por los cebrereños desde la Guerra Civil y las heridas morales que se produjeron aún no están del todo cicatrizadas. Por eso comprendo que sean pocos los que se atrevan a apoyar algo que muchos internamente apoyan pues reconocen que son más los beneficios que los perjuicios.
No quiero decir que un centro nuclear no tenga peligro. También es peligroso, por ejemplo, un pantano. Basta recordar dos tragedias vividas en este país: la de Ribadelago, en la comarca zamorana de Sanabria, en la que murieron 144 personas en 1959, cuando se rompió la presa de Vega de Tera; y la de Tous, en Valencia, que causó una treintena de muertos.

El progreso casi siempre conlleva riesgos. Pero el no progreso es mucho más peligroso. ¿Renunciaríamos a utilizar el coche por miedo a un accidente? ¿Y a beber el agua de los pantanos? ¿Y a no recibir en nuestras casas la energía eléctrica que procede de las centrales nucleares? Me parece a mí que en determinados asuntos la demagogia provoca demasiado crispación y falta un diálogo menos apasionado.

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