lunes, 25 de enero de 2010

MENOS CONTROLES POLÍTICOS


No me gusta que los dirigentes políticos se sientan obligados a intervenir en todos los asuntos que a los ciudadanos nos afectan. Al paso que vamos, pronto viviremos en una sociedad en la que seremos meros monigotes obligados a movernos según ordenen los que nos gobiernan. Es tanto el afán por legislar que si esto no se corrige, decidirán en los parlamentos cómo debemos vestirnos, qué alimentos comer y a dónde viajar en tiempos de vacaciones. Ya se han adueñado de la educación de los niños, adolescentes y jóvenes y les obligarán a aprender una nueva doctrina. Me recuerda esto a la asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, que, por los años del franquismo, nos obligaban a estudiar. El régimen de ayer quería formar a las nuevas generaciones inculcándoles los principios políticos en los que se sustentaba. El actual régimen pretende algo similar, aunque cambiando los “principios fundamentales” por otros igualmente “inamovibles” para ellos. Para mí, lo de hoy es más de lo mismo de ayer: el intento de influir en las conciencias de los que están siendo formados para hacerlos seguidores del sistema político imperante.

Solamente los padres, entiendo yo, tienen facultad y obligación de educar a sus hijos en principios morales. La autoridad pública que se arrogue una potestad que no le compete está secuestrando la libertad paternal y, por ende, la libertad del ser humano. Por muchos votos que se obtengan en las elecciones, nadie queda facultado para arrogarse un poder que no debe ser nunca delegado porque es intransferible. ¿Quiénes son los políticos, aunque estén designados por las urnas, para decirnos lo que es bueno o malo moralmente? Si les dejamos, terminarán por decidir por nosotros y acabarán con nuestra libertad como personas y nos convertirán, como antes decía, en muñecos manejados por ellos. Me niego a ser su marioneta

La sociedad debería, a mi juicio, esforzarse más en defender la libertad individual y colectiva, que es lo que a la persona la hace ser tal. Es posible poner coto al afán de quienes intentan controlar todo y someternos a los ciudadanos a sus mandatos. No quiero que el Estado (que no es el Estado, sino los políticos de turno, porque Estado también somos las personas que lo formamos) decida por mí lo que solamente yo debo decidir. Sobran leyes, a mi entender, y falta libertad. Mi responsabilidad solamente a mí corresponde y mi conciencia es la que debe guiarme en el comportamiento con los demás, a los que tengo la obligación de respetar, de la misma manera que ellos tienen idéntico deber de respetarme a mí. Ésta es la ley que todos debemos respetar.

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