Ya han pasado unas horas desde que en la diócesis de San Sebastián se ha producido el cambio de un obispo por otro. En los últimos tiempos, decenios tal vez, una noticia como el relevo en la mitra de un episcopado español no había despertado tanto interés informativo. Por algo será, pienso. Ha habido, y sigue habiendo, mucha lectura política en algo que, a mi entender, es exclusivamente un asunto de la Iglesia Católica. El Papa, que es quien designa a los responsables máximos de los obispados (príncipes, en el argot del Derecho Canónico), ha decidido que monseñor Munilla era el adecuado para remar al frente de la iglesia de San Sebastián. Sus razones tendrá. Seguro estoy de que el tiempo terminará por poner cada pieza en su sitio y se verá que este cambio en la dirección diocesana era necesario.
No entro a valorar quién es mejor y quien peor para un puesto eclesiástico que corresponde a otros nombrar, en este caso al máximo responsable de la Iglesia. Algunos estamos un poco cansinos de que todo se interprete desde el prisma de las ideologías personales y de las filias y fobias consiguientes. Como si fuera de nosotros nadie tuviera razón.
Da la sensación de que en ciertos espacios eclesiásticos se ha introducido la carcoma del comportamiento de bastantes políticos que solamente aspiran a conseguir el poder. Para mí, los dos campos, el de la política y el de la religión, no son identificables. El segundo educa a los creyentes, da las pautas para que se comporten conforme a su fe y la vivan plenamente y les avisa de dónde están los peligros que llevan a una degradación moral de la vida social. Esto, entiendo, nunca es intromisión en cuestiones políticas, aunque los que se sienten aludidos cuando se critican determinados comportamientos se rasguen las vestimentas. Claro que la Iglesia puede y debe proclamar su doctrina sobre todas las cuestiones que afectan al ser humano y decir si unas determinadas normas vulneran principios morales e incluso naturales. Aunque a muchos políticos esto les sepa a cuerno quemado. Para eso fue fundada y para eso sigue existiendo.
Sí es entrar en el terreno político utilizar el púlpito para pregonar teorías que no son las de la Iglesia sino las de determinados partidos. No somos ingenuos y sabemos todos que bastantes curas vascos estaban y están más cerca del dios nacionalista que de Jesucristo. Parece que quien tiene autoridad para ello y deber moral para hacerlo ha dicho que ese rumbo de la iglesia vasca no es el que conviene que siga imperando allá. Y ahí se resume todo el enfado que ha causado el nombramiento del nuevo obispo donostiarra. La situación no es la primera de este tipo que se da en la historia de la Iglesia española ni será la última.
Lo sucedido en San Sebastián este sábado post navideño es importante, mal que les pese a algunos, para los cristianos de allá. También para los de más abajo de aquella seudo frontera que unos cuantos están empeñados en levantar. Me alegro, sinceramente, porque el timón de los católicos de San Sebastián la lleve, a partir de ahora, don José Ignacio Munilla. Que Dios, que es su único referente, le ayude.
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