Extraña, y mucho, que el presidente Rodríguez Zapatero haya ido a Estados Unidos para defender allí lo que aquí niega. Ha estado en un desayuno de oración que organiza una asociación cristiana bastante conservadora, según las informaciones que de allí llegan. Los asesores presidenciales han justificado este viaje a orar durante el desayuno porque él respeta las tradiciones norteamericanas, aunque no sean las europeas. Ha invocado la Biblia y ha lanzado una de sus mentiras, a las que estamos ya acostumbrados, la de que la libertad es la verdad cívica, la que nos hace verdaderos. Somos muchos los que rechazamos que la libertad personal sea el bien supremo, porque la libertad solamente lo es si se basa en la verdad. Una libertad para que cada cual haga lo que le venga en gana, es libertinaje y al mismo tiempo esclavitud. Sólo desde el respeto a la verdad las personas podemos ser verdaderamente libres.
Pienso que Rodríguez Zapatero no ha ido a rezar, sino a ver a su dios Barack Obama, al que parece adorar por encima de todas las cosas. No sé si al peor presidente que ha tenido la reciente historia democrática de este país nuestro le quedan ápices de creencias religiosas. Sí fue bautizado, recibió los sacramentos católicos y se casó canónicamente en el santuario abulense de Nuestra Señora de Sonsoles, después de que el cura diera la aprobación a su expediente eclesiástico. Es decir, que se le reconocía capacitado en doctrina cristiana para recibir el sacramento del matrimonio. De aquellos tiempos a los de ahora, parece que ha cambiado mucho y lo que suena a cristianismo le produce sarpullidlos. Muchas de las medidas que impulsa van contra la gran mayoría de los españoles que, en un 75 por ciento, declaran ser católicos.
¡Ojalá hubiera ido Rodríguez Zapatero a rezar de verdad! Su oración no ha sido tal, sino un discurso apologético a favor de sus particulares sofismas: libertad traducida en ausencia de verdad, explotación humana y autonomía moral para hacer lo que cada cual quiera. No sé si a nuestro presidente ya se le ha olvidado rezar, porque su discurso poco o nada ha tenido que ver con un acto en el que la oración a Dios era lo único importante. Los anfitriones, por ejemplo Clinton y el propio Obama, hablaron de la oración para ser buenos guías del pueblo y para superar los momentos malos. En Estados Unidos, con todos sus defectos, creer en Dios no es sólo un acto íntimo de la persona humana, sino que transciende a la vida pública. ¿Lo habrá entendido nuestro presidente? A juzgar por su discurso, no.
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