A veces, uno no sabe si vivimos en una sociedad civilizada o en un mundo absurdo. Si vemos ciertas cadenas de televisión (no todas, a Dios gracias), a bastantes ciudadanos de a pie nos dan náuseas por lo que se nos transmite. ¿Cómo es posible que se dé tanta publicidad a un chico que ha cometido varios delitos, entre ellos el de asesinar a una persona cuando era menor de edad penal, se le lleve al plató como a los personajes más famosos y se le siga con las cámaras como si fuera un héroe nacional? ¿Dónde nos va a llevar esto?
No estoy a favor de la censura y nunca lo estuve, aunque la padecí, y bastante, en mis años primeros del ejercicio profesional del periodismo, cuando miraban con lupa lo que escribías y los censores del lápiz rojo interpretaban, siempre equivocadamente, lo que decías. Pero una cosa es la libertad y otra el respeto a ciertas normas éticas que en toda profesión existen y que deben ser cumplidas por el bien común. También los periodistas somos responsables, y mucho, de lo que relatamos y de lo que dejamos de decir. No entiendo, de verdad, que a un muchacho delincuente se le dé tanto espacio informativo porque se le está haciendo un ídolo al que personas no bien formadas pueden tener la tentación de imitar. ¿O es que no ha ocurrido nunca?
Los medios de comunicación (aquí lo he dejado escrito más veces) deberían cuidar más todo lo que puede producir un efecto de imitación. No me parece correcto que a un delincuente se le lleve a un plató de televisión para exhibirlo morbosamente ante la audiencia como si fuera una persona digna de respeto e imitación. Esto, para mí, es degradar una profesión que tiene una parte de pedagogía. Narrar los hechos no quiere decir que haya que regodearse en sus aspectos más nauseabundos, ni que los que cometen delitos sean elevados a la categoría de personajes famosos.
Somos los profesionales, cada uno en su parcela, los que tenemos en nuestras manos que no se dañen unos principios éticos. En el periodismo, hay mucho que corregir.
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