He estado con un amigo visitando mi pueblo, Candeleda. Para quienes no lo conozcan, está situado en el extremo sur occidental de la provincia de Ávila, limitando ya con tierras extremeñas y castellano manchegas. Este amigo me ha podido volver porque le supo a poco la visita y porque, según sus palabras, allí hay rincones de una belleza que no se encuentran en otros lugares.
Cuando subíamos al santuario de la Virgen de Chilla, por una estrecha carretera de montaña bordeada de árboles centenarios, principalmente castaños y robles, este amigo se mostraba extasiado. Antes de llegar al lugar desde donde se divisa la ermita, le pedí que cerrara los ojos. Así lo hizo. Unos segundos después paré el vehículo y le dije: Ya puedes contemplar lo que tienes delante de ti. Durante unos minutos casi no pudo articular palabra. Quedó maravillado ante la belleza natural que contemplaba. Este paraje es único: el santuario de la patrona de Gredos, levantado en una especie de balcón natural bordeado de una espesa, casi selvática diría yo, masa forestal. Tras los centenarios árboles nacía la montaña en una pendiente ya sin arbolado, cubierta del color ocre de los helechos ahora agostados. Al terminar la pendiente, los riscos impresionantes del Macizo Central de la Sierra, con la plaza del Moro Almanzor como cumbre más alta de Gredos.
Mi amigo quedó prendado de esta y de otras muchas estampas naturales que pudo ver. Y me dijo: “No he visto lugar parecido en los muchos sitios en los que he estado. Y no entiendo que los españoles viajemos fuera de nuestro país cuando hay tantas maravillas que conocer muy cerca de nosotros”.
Tiene razón. Estoy convencido de que muchos abulenses no conocen los rincones maravillosos que hay en nuestra provincia. Les aseguro que si se acercan a Candeleda y suben a ver el santuario de la Virgen de Chilla, coincidirán conmigo en que el paraje es de los más hermosos que pueden contemplarse.