Comienza la Semana Santa. Hoy, Viernes de Dolores, sale la primera de las procesiones que lo hacen durante estos días en la ciudad murada, la de Vía Matris. En total serán 14 los desfiles que hasta el Sábado Santo discurrirán por las calles abulenses. La mayoría realizarán todo su recorrido por el casco histórico, lo que contribuye a dar mayor esplendor a los actos religiosos.
Tiene la Semana Santa abulense el título de interés turístico nacional, lo que ayuda, y bastante, a que acudan a nuestra capital muchos visitantes. Pero al margen de títulos oficiales, lo que destaco como principal es que en Ávila estos días son especiales pues el sentimiento religioso lo impregna todo. El escenario por el que desfilan los pasos con las imágenes que representan las escenas principales de la Pasión y Muerte de Cristo es único: calles empedradas, templos y palacios medievales y el silencio en el que se escuchan las notas de las cornetas y tambores junto a las pisadas de los hermanos penitentes.
Cuando me preguntan cuál de todas las procesiones es la que considero más hermosa, sin dudarlo respondo que el Vía Crucis de la madrugada del Viernes Santo, que sale de la Catedral y, tras circundar la Muralla, vuelve a su origen. Junto al lienzo de la cerca murada se clavan catorce cruces de madera junto a las que se recuerdan las estaciones del camino de la cruz. Pero lo que impresiona más es el recogimiento con el que varios miles de cristianos, muchos de ellos jóvenes, desafían el frío matinal y, con su oración, a ratos en silencio y a ratos en voz alta, rememoran los últimos momentos de la vida terrena de Cristo. Si el cielo está despejado, puede verse cómo la luna llena parece acompañar a los penitentes que desfilan junto a la imagen del Cristo de los Ajusticiados. Esta procesión comienza a las cinco y media de la madrugada y concluye con las primeras luces del alba, a las puertas del templo catedralicio, donde se reza la decimoquinta estación, que es el preludio de la Resurrección de Jesús.
Ávila, como todas las ciudades y pueblos de España, vive su Semana Santa. Aunque lo accidental haya sido modificado, lo esencial sigue vivo y cada vez parece cobrar mayor fuerza. Los hechos ocurridos hace veinte siglos no se olvidan porque las raíces de un pueblo son las que le dan vida. Cortarlas sería condenarlo a su desaparición.
Tiene la Semana Santa abulense el título de interés turístico nacional, lo que ayuda, y bastante, a que acudan a nuestra capital muchos visitantes. Pero al margen de títulos oficiales, lo que destaco como principal es que en Ávila estos días son especiales pues el sentimiento religioso lo impregna todo. El escenario por el que desfilan los pasos con las imágenes que representan las escenas principales de la Pasión y Muerte de Cristo es único: calles empedradas, templos y palacios medievales y el silencio en el que se escuchan las notas de las cornetas y tambores junto a las pisadas de los hermanos penitentes.
Cuando me preguntan cuál de todas las procesiones es la que considero más hermosa, sin dudarlo respondo que el Vía Crucis de la madrugada del Viernes Santo, que sale de la Catedral y, tras circundar la Muralla, vuelve a su origen. Junto al lienzo de la cerca murada se clavan catorce cruces de madera junto a las que se recuerdan las estaciones del camino de la cruz. Pero lo que impresiona más es el recogimiento con el que varios miles de cristianos, muchos de ellos jóvenes, desafían el frío matinal y, con su oración, a ratos en silencio y a ratos en voz alta, rememoran los últimos momentos de la vida terrena de Cristo. Si el cielo está despejado, puede verse cómo la luna llena parece acompañar a los penitentes que desfilan junto a la imagen del Cristo de los Ajusticiados. Esta procesión comienza a las cinco y media de la madrugada y concluye con las primeras luces del alba, a las puertas del templo catedralicio, donde se reza la decimoquinta estación, que es el preludio de la Resurrección de Jesús.
Ávila, como todas las ciudades y pueblos de España, vive su Semana Santa. Aunque lo accidental haya sido modificado, lo esencial sigue vivo y cada vez parece cobrar mayor fuerza. Los hechos ocurridos hace veinte siglos no se olvidan porque las raíces de un pueblo son las que le dan vida. Cortarlas sería condenarlo a su desaparición.